La Dirección General de Tráfico de España (DGT) otorgará préstamos sin interés a jóvenes de entre 17 y 25 años para que estos se saquen el permiso de conducir (link) o, mejor dicho, para que paguen la autoescuela. La concesión de estos ventajosos préstamos depende de que los jóvenes beneficiarios participen en un programa de seguridad vial de 10 horas.
Si bien el préstamo es una ganga para sacarse el permiso, pienso que es un plan que carece de sentido si lo que busca es aumentar la seguridad en las calles y autopistas.
Con más de 4.100 muertos en España durante el 2006 el problema de la seguridad vial no depende de que los jóvenes o los adultos entiendan, sepan o conozcan los peligros de conducir ebrio o demasiado rápido o hablando por teléfono. Estoy convencido de que la mayoría entiende los peligros. El problema está en que cuando están al volante no lo sienten, el peligro les queda lejos.
Se me ocurren soluciones que tal vez atenten contra la privacidad y la libertad personal. Por ejemplo, bastaría con poner un detector de alcoholemia en el mismo coche, si has bebido, el coche no enciende, obviamente los imbéciles podrían hacer que sople un amigo, pero esto evitaría que en la mayoría de los casos los borrachines consigan encender el coche. Otra salida podría ser que el propio coche registre los excesos de velocidad y que durante la ITV se verifique la cantidad de excesos de velocidad cometidos, la enorme suma de multas, a la larga si que terminaría funcionando de manera disuasoria. Otra alternativa, tal vez más viable y socialmente más aceptable, sería limitar la velocidad de los vehículos, si lo pensamos bien, es absurdo e inmoral que los coches puedan ir tan rápido. Pero el lobby de las marcas de automóvil mueve montañas.
El problema de la seguridad vial no debe tomarse como una cuestión ética o moral, ya que justamente son los conductores temerarios los que no se plantean esta cuestión desde estas perspectivas. Cuando los conductores temerarios conducen peligrosamente, piensan que a ellos no le pasará nada, al pensar de esta manera eliminan la dimensión moral, ya que parten de la premisa de que no sucederá nada malo. Entonces, el objetivo sería lograr que la gente sienta el peligro, evidentemente nadie quiere morir al volante; el problema está en que justamente no experimentan el potencial peligro de sus acciones.
Una manera de enseñar a pensar eticamente ya se lleva a cabo y es confrontar a los infractores (¿porque sólo los infractores?) con las consecuencias de sus actos: encuentros con personas que han quedado gravemente discapacitadas luego de un accidente, visitas a la morgue para ver cadaveres de muertos en el tránsito o encuentros con familiares de victimas. Este tipo de experiencias son seguramente más memorables y por tanto efectivas, que el asistir a un cursillo. Son tambien, intuyo, más efectivas que la lejana posibilidad de ir a la cárcel o perder puntos del carnet (ojo que no digo que el carnet por puntos no funcione).
Otra manera: el coche, en vez de solamente avisarnos acerca de una acción peligrosa como girar bruscamente o ir demasiado rápido, nos podría hacer vivir de cerca un poquito de peligro, recordemos, se trata de experimentar el peligro. De esto nos habla Donald Norman en un interesante artículo: How to talk to humans.
If they’re driving too fast for their safety, cars have to act as if they were broken or have a problem. Make sounds or vibrate or wobble, or otherwise show simple physical signs that people understand without any training, without being told, and without reading anything. (People hate to read explanations.)
¿Los coches del futuro simularán derrapes cuando detecten el asfalto mojado para mostrarnos la cara de la muerte al volante? Esto si que sería diseño de experiencia con mayúsculas.