En la mayoría de las ciudades europeas los conductores de coche son agentes esencialmente autónomos. Cada conductor es en principio responsable de la conducción de su vehículo. Obviamente los conductores no existen en un vacío sino que interactúan unos con otros y se comunican sus planes e intenciones (por ejemplo poner la luz intermitente antes de girar). Sin embargo, la responsabilidad última sobre la conducción es individual y los demás conductores no se preocuparán por la conducción de los otros hasta que no adviertan un error muy grave y crean necesario hacerlo saber, por ejemplo mediante el uso de la bocina para que el conductor que comete un error rectifique o bien para protestar por la conducción incorrecta.
En algunos países como Marruecos o Argentina se da un fenómeno donde esta responsabilidad individual se diluye dando origen a un tipo distribuido de conducción. En este tipo de conducción, el conductor asume que los demás conductores estarán en un estado de mayor vigilancia y asumirán una parte de la responsabilidad de la conducción de todos los demás vehículos alrededor suyo.
Veamos un ejemplo que ilustra la esencia de la conducción distribuida. Si en España cada conductor, en general, se preocupa por conducir por un mismo carril, en Marruecos los conductores no prestan tanta atención a permanecer en el mismo carril, sino que avanzan asumiendo que obtendrán señales de atención por parte de otros conductores para poder rectificar en caso de ser necesario. Estas señales les permitirán no causar accidentes sin necesidad de mantenerse en el carril correcto.
Los demás conductores no se alteran ni se enfadan por tener que alertar a otro conductor, sino que asumen que la práctica, por ejemplo, de no prestar atención al carril (lo cual en España sería reprochable) es perfectamente aceptable. En la conducción distribuida avisar a demás conductores es parte intrínseca de la tarea de conducir. Todos los conductores saben que en pocos momentos serán ellos mismos quienes serán alertados por otros.